En el siglo XVI, Praga era la capital del esoterismo y de las disciplinas iniciáticas. Bajo el reinado de Rodolfo II de Habsburgo, la magia y la alquimia fueron actividades difundidas y protegidas desde el Estado. Hasta tal punto que dentro del castillo real, en la llamada callejuela del oro, el soberano instaló a los magos, los alquimistas y los cabalistas que llegaban procedentes de toda Europa.
En esta residencia oficial vivían y ejercían sus labores, entre otros, John Dee, coleccionista de extraños libros de misteriosa procedencia, como el hasta hoy indescifrable Manuscrito Voynich, el chipriota Bradomini, considerado por algunos como un segundo Paracelso, y Edward Kelley, quien sostenía que podía transformar el cobre en oro gracias a un polvo secreto que había extraído de la tumba de un obispo en Gales.
A mediados de 1916 Franz Kafka
, después de pasar unas vacaciones en un balneario, buscaba en Praga un lugar tranquilo para escribir. Alquiló una casita, en la misma pintoresca callejuela del Oro donde siglos antes tantos nigromantes se habían afanado en la búsqueda de la piedra filosofal. Con su buhardilla y su bodega, con vistas al Foso de los Ciervos, esta modesta vivienda donde apenas se puede estar de pie se convirtió en el refugio donde pasaría tantas horas posibles, trascribiendo sus delirios al tenue abrigo de un brasero.
amica veritas, sed magis amicus plauto
Hace ya algunos años, paseaba yo por la calle Tarnok de Budapest, con la mirada atenta del viajero, cuando me sobrevino un estremecimiento que en un principio confundí con un retortijón intestinal. Sin embargo, cuando profundicé un poco más en el autodiagnóstico, entendí que en realidad lo que me sobrecogía era la contemplación de tanta belleza, una especia de mal de Sthendal en versión austrohúngara.
En aquel momento pensé que sería muy egoísta reservarme esa experiencia y decidí compartirla con aquellos a los que el destino no les habia deparado la oportunidad de visitar esa ciudad. Pero tambien con los que habían pasado por allí y no habían experimentado esa fruición contemplativa, como vaca sin cencerro, acaso porque la naturaleza les había negado esa sensibilidad exquisita con la que a mi me había dotado tan generosamente.
Llevado por este altruista impulso, me agencié un cuaderno y un rotulador Edding y empecé a esbozar dibujos como un poseso, en el afán de reflejar cuanto encontraba en mi camino y de plasmar mis impresiones de una manera mas o menos perdurable. Así nació el primer ejemplar de los cuadernos de viaje que componen esta colección. A partir de entonces -a la manera de los viajeros clásicos como Delacroix o Víctor Hugo- siempre que me dispongo a emprender un nuevo viaje, reservo en mi maleta un sitio para el cuaderno, entre los gayumbos y el neceser.
Debido a la desmesura de alguna de las opiniones vertidas en estas crónicas, la cautela aconsejaba ocultar mi identidad. Para evitar ser objeto de persecución política, decidí ampararme en el anonimato, inventando un alter ego al que llamé el aventurero. Aun así, mis detractores opinan que tal grandilocuencia no era sino una excusa que para poder hablar de mi mismo en tercera persona, como Julio Cesar o el Papa.
Nadie espere encontrar en estas páginas una guía de viaje, ni un exhaustivo glosario de monumentos. Ni una descripción fiel de los lugares visitados, ni una reflexión sensata sobre los usos y costumbres. Tan solo un inconexo puñado de dibujos, acompañados por el relato de anécdotas carentes de interés y algunos datos totalmente prescindibles e inexactos. Esa es otra: Ni siquiera puedo garantizar la fiabilidad de los textos. A menudo son cosas que he oído o leído aquí y allá, cuando no son directamente inventadas, fruto de una trasnochada imaginación, como muy bien han señalado algunos de mis detractores.
En la última secuencia de la película de Jonh Ford “El hombre que mató a Liberty Balance”, James Stewart le reprocha a un periodista la falta de rigor en algunas informaciones publicadas. El periodista se defiende: “Mira, James Stewart, en el oeste cuando la leyenda mola mas que la realidad imprimimos la leyenda”.
Con similar menosprecio a la verdad, yo, que solo pretendo evidenciar la paradoja del alma humana, escribo desde una ignorancia que haría avergonzarse, no ya a cualquier historiador aficionado, sino a cualquier persona de bien.
Vayan pues mis excusas para todos aquellos a quienes no correspondo con la veracidad que se merecen. En cualquier caso, espero que quienes recalen por estas páginas encuentren aquí motivo de solaz y esparcimiento, ya que otra cosa no pretendo.
Ahora, merced al avance de las nuevas tecnologías y para estupor de mis dichosos detractores, estos cuadernos pueden ser consultados en la red y quedan al alcance tanto de los curiosos como de los estudiosos de esta basta y vasta obra.
6 comentarios:
Qué tendrán los obispos que hasta muertos enriquecen, como las pastillas avecren.
Jolíns, pues si apenas se podía poner de pie, no mestraña nada la paranoia esa suya de convertirse en una cucaracha...
...acaso serían las únicas que podían estar cómodas en semejante morada...
qué monada!
PD: las pastillas avecren están muertas...? 8(
no wendy, las pastillas avecren enriquecen: ¿cueces o enriqueces?
gus, que te pierde la deformacion profesional por la publicidad, bien deberias saberlo: wendy enriquece
Assias venturero mon amur!!
Hola: Tengo una pregunta. Me interesa el dibujo de la callejuela y la sombra en la Callejuela del Oro. Voy a publicar una obra de teatro en la web cuya acción transcurre en Praga y ese dibujo iría perfecto para la portada. ¿Tiene copyright o se puede utilizar libremente? Por favor, que alguien me informe. Gracias.
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